Cocinar es todo un arte. Para aquellos que lo hacemos para desenchufarnos del estrés diario puede ser tan placentero como estar con la persona que uno quiere estar toda la noche. Es simple, sencillo y divertido.
No hay una receta ni un estilo. El secreto está en saber cómo hacerlo y con qué hacerlo. Lo primero es saber qué cocinar. Una vez elegido el menú, hay que encontrar los ingrendientes por su aspecto y no por su valor. Instalado todo en la cocina, es importante poner música (Calamaro me da vuelta en ese momento) y servir una copa de vino para acompañar la ocasión.
No hay libro o cheff que de la receta perfecta. La mejor es la que nos contó la abuela, que fue mejorada por la vieja y perfeccionada por nuestra imaginación. Todos los ingredientes son buenos, pero el más importante es el amor. Sí, aunque suene extraño, es lo mejor y no es difícil de conseguir, simplemente hay que hacerlo convencido de que el o los que comerán ese plato se deleitarán masticándolo.
Otro secreto: el mejor acompañamiento de cualquier receta es una charla interminable con el comensal, regada con un poco de vino y quizás un fernet. ¿El postre? Que la reunión y la conversación no termine más.