martes, 6 de octubre de 2009

El espanto del supermercado


Es un mundo distinto y extraño. Las fronteras son las góndolas que esconden paquetes, frascos y latas. Los enemigos son las ofertas engañosas, las verduras y frutas que lucen hermosas, pero que no tienen gusto a nada y los clientes que dejan el carrito en medio de los pasillos impidiendo el paso de los que odiamos recorrer ese planeta.
Benditos aquellos que recorren los pasillos de los supermercados cargando y cargando cosas. Maldita memoria que siempre falla a la hora de saber qué es lo que se debe llevar. Desgraciada la heladera con quesos y con fiambres. Traicionera la de vinos, cervezas y fernet que siempre tiene un encanto especial.
Con solo recorrer esos fríos pasillos las preguntan ahogan a cualquier desprevenido. ¿Cual es la difrencia entre un desengrasante de baño y uno de cocina? ¿Por qué las góndolas de la carne y el pollo nunca tienen lo que buscamos? ¿Por qué siempre compramos rollos de cocina sin importar que en casa ya no hay lugar para guardar más? ¿Por qué en el paquete de papel higiénico se informa que extensión tiene cada rollo si no lo compro para medir o para unir Tucumán con Buenos Aires? ¿Por qué las cajeras nunca tienen vuelto? ¿Por qué siempre se rompen las bolsas cuando uno está cargado o alguien te pide fuego o que le digás la hora? Todos son interrogantes sin respuestas y que provocan que los supermercados sean un verdadero espanto para cualquiera.

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